Cuando alguien me pregunta, ¿cómo ves el país?, ¿cómo ves la cosa?, me cuesta responder y no porque me falte la capacidad de entender que el barranco por el cual ha decidido lanzarse el régimen tiene un fondo cercano. Me cuesta, no porque el calor de la calle sea poco evidente cuando en las colas, por comida o medicinas, muere gente de formas diferentes. Me cuenta, no porque el macabro guion mezquino y desalmado del desamparo a la sociedad, por parte del Estado sea difícil de captar – que no lo es -. Me cuesta responder porque no encuentro una forma de analizar de manera esperanzada, comprensiva y en camaradería la actuación de una oposición pasiva, apaciguadora y desconectada de la realidad.
Las respuesta de los grandes dirigentes de la MUD ante los ataques descarados, ilegales e inconstitucionales del Gobierno han sido, por ser amable, sonsas. Los «llamados a la calle» no han sido más que un despliegue de estrellas dando discursos políticos para que los pocos medios que quedan puedan tomar fotos, sacar vídeos, destacar algunas citas de frases épicas pero sin injerencia real, y para que las tropas de camisas de colores partidistas con bordados de eslóganes puedan hacerse selfies y conseguir «likes» en Instagram. No puede ser que nuestra lucha ante un Estado forajido sea un maldito selfie con la camisa aurinegra, naranja o blanca adeca. Me cuesta procesarlo amablemente, me cuesta hablar de esto educadamente, me cuesta darle esperanza a otro cuando los que me producían ese sentir están ocupados gritando: «¡foto!».
Sin querer llevar a menos a nadie, señores dirigentes, pero si mis letras traspasan la burbuja, entiendan que la gente se está muriendo por falta de medicinas, las cuales no llegan por culpa de un supuesto Gobierno que, por acción u omisión, es responsable directo de la crisis humanitaria. No es solo repetir como loro, es tomar acciones, informar a la gente de sus derechos y liderarlos para que exijan…
La calle no es un salón lleno de cámaras; exigir derechos no es tuitear mientras el chófer te lleva de un compromiso a otro. Esto es una lucha de vida o muerte para la mayoría de los venezolanos, en la que en cualquier momento ganará una bala amparada por la impunidad que, obviamente, es promovida por el Estado. O, peor aún: ganará una enfermedad desatendida. Es hora de organizarnos, es hora de gritarle al poder que no lo queremos más, es hora de hacer cumplir nuestra Constitución. Es hora de salvar vidas, de apagar las cámaras, bajar el celular para subir el puño y gritar libertad.