Venezuela está convulsionando porque no consigue la pastilla que calme los ataques involuntarios en su sistema. La epilepsia es una enfermedad terrible que ataca a quien la sufre de manera progresiva y degenerativa, hasta que un día simplemente dejas de respirar, bien sea por un corte de corriente o por el fuerte impacto de un golpe… contra el piso. El país está débil, tiene tiempo comiendo mal, (mejor dicho sin comer) lo cual no ayuda en nada al estado frenético en el que existe actualmente. No consigue el remedio, la comida o al menos la tranquilidad básica para sobrellevar la situación que padece; pasa sus días paranoica y viendo amenazas en todos lados, no está tranquila. Venezuela está enferma y quienes pueden conseguirle ayuda están muy ocupados tratando de salvar sus propias vidas -mejor digamos sus formas de vida-. Esto es lo que pasa cuando se vive en un estado de escasez, donde los anaqueles fueron saqueados por la ambición y la avaricia tan solo dejando en ellos: «los fantasmas de la riqueza muerta» (como bien se titula una canción).
El continente americano hoy día parece un gran hospital público: de esos desatendidos por sus gobernantes, con colchonetas podridas sobre camillas rotas, donde el quejido de los pacientes es la música de ambiente que atormenta las paredes desairadas por la falta de doctores, quienes mal pagados han decidido huir hacia mejores opciones. En este viejo y deteriorado sitio hay quienes están en coma por la ausencia de libertades, como nuestra muy, muy golpeada patria. Así mismo, su vecino del norte, que aunque lleno de estrellas, dueño de tierras y con un poder increíble, hoy yace sobre el piso y con su estabilidad pendiendo de un hilo. Tan grande, comprensivo, protector y garante, pero ha olvidado la lógica más básica: su seguridad, y es por eso que de vez en cuando sangra tanto que pierde el conocimiento. Hice un recorrido por este centro asistencial viendo la cara de los pacientes, tuve de cerca el asesinato de Christina Grimmie el viernes pasado, y al día siguiente la masacre a mano armada más grande cometida en los Estados Unidos. Le vi la cara al terror y al odio que se pudieron evitar. Definitivamente es un problema estructural, es un problema de política en una nación donde es más difícil sacar una tarjeta de crédito que comprar un arma, por eso su eterna hemorragia. Con el otro enfermo convivo, e inclusive trato de hacerle una sopita para que se sienta mejor a diario. Venezuela muere por la política, por la indolencia, por la mezquindad; es una nación que convulsiona y el régimen disfruta verla temblar.