Tengo ya mucho tiempo cuestionándome si vale la pena dejar de vivir para permanecer con vida. Se lee extraño, pero no lo es. Dejar de salir en las noches por miedo a un secuestro que termine en balas; no trotar en las calles o montar bicicleta por miedo a ser robado; no sacar mi celular dejando de lado su máxima función (estar comunicado a todo momento) por la idea que me aterroriza de que me metan un tiro por un aparato de bolsillo. Por la misma razón, no me permito más andar en moto, por el mismo motivo el 90% de mis amigos están fuera del país y otros tantos están en el Cementerio del Este. Estos asuntos rondan mi mente a diario, ¿vale la pena? No lo sé, pero es lo que estoy haciendo para poder seguir en Venezuela.
Es que nada te asegura el derecho a la vida, ni nadie, no importa el dinero que tengas, o la familia de la que vengas, el cargo político, el estatus social, o si tengas mucho respaldo en la chequera. Ahí está Aníbal Chávez, que aún siendo familia del finado, siendo alcalde de Sabaneta, teniendo a su disposición una serie de herramientas, no pudo sobrevivir a la salmonella.
De haber funcionado el sistema de salud en su zona no estaríamos contando esta historia de dolor y tragedia para la señora Elena, quien ha tenido que despedir a dos hijos: uno que se suicidó por mantener el poder y otro asesinado por ese poder que amarró su hermano. Es un relato que cuando escribamos los futuros libros de historia, quedará en sus lectores como una ironía, una cosa loca. Es como cuando el hampa creada, articulada y armada por el Gobierno les toca la puerta a sus miembros; de esas poesías negras de la vida que te enseñan -de la peor manera- a no escupir para arriba.
Dicho esto, ¿vale la pena seguir en Venezuela o es una especie de masoquismo que hemos desarrollado por un tonto apego a nuestra tierra? Sigo sin conseguir una respuesta. Lo que sí sé, es que mientras este gobierno exista -y yo pueda- estaré luchando por reivindicar los derechos de todos, por crear conciencia, por denunciar las fechorías y registrar las pruebas de esta barbarie a la que llaman «revolución bonita».
Poco a poco nos van cercenando más las libertades de una forma discreta. No lo llame censura, aislamiento e incomunicación, llámelo aumento de tarifas y ajustes a tasa Dicom. Los nuevos costos del servicio de internet es una forma de incomunicarnos, los criminales del régimen no te quieren informado, y mucho menos con la capacidad de informar; que en el mundo no se sepa de lo que son capaces de hacer, que nadie vea las largas filas y que masivamente a Colombia vayan las familias para conseguir lo que aquí escasea.
No sea conforme. No sea complaciente. Esta vida es una sola, utilícela de la mejor manera, el momento histórico lo amerita, así el CNE diga que la oposición no existe, que la ministra de Salud mantenga que hay más medicinas que enfermos, aunque Farías convierta a la Cantv socialista en la empresa más capitalista. Así todos estos nos mantengan a raya, usted del piso se me para, alza la cara y su voz, que en Venezuela valemos nosotros, no 20 ministros y sus relojes de oro.